Conocí a Joaquín cuando él tenía 22 años. Al poco tiempo se le declaró esclerosis múltiple. He tenido la suerte de poder coincidir varios años en diferentes actividades con él. He sido testigo de la manera ejemplar como ha llevado la enfermedad. Murió en el año 2018.

El día 8 de julio, salí de mi casa más temprano para ir a trabajar y poder asistir a su funeral a media mañana. Como todos los días, aparco la moto, saco las llaves y me voy. Pero ese día, saqué las llaves y la luz delantera quedaba encendida. Volví a meter la llave y di media vuelta, como para encenderla, y la volví a sacar. Nada. La luz seguía igual. Entonces, como si esto fuera culpa de Joaquín, le dije: «Venga, tío (perdonad, pero le tengo mucha confianza), no me hagas esto, que, si ahora se estropea, no llego a tu funeral». Y la tercera vez, como por arte de magia, meto la llave en el clausor, giro a la derecha, luego giro a la izquierda y, al sacarla, esta vez sí, se apaga la luz delantera.