Mi marido visitaba asiduamente a Joaquín Romero. Un día nos dijo que Joaquín le había animado a que fuera acompañado de toda la familia. Organizamos una visita a la que acudimos mi marido y yo, con nuestros tres hijos.

No recuerdo muy bien todo lo que hablamos durante ese encuentro, pero sí que me sorprendió mucho su actitud, su esfuerzo para hablar y para que pasáramos un buen rato, cuando era él el que podía estar esperando que nosotros le entretuviéramos.

Recuerdo también su empeño y entusiasmo en transmitir y difundir la fe católica a China.

Yo, por aquel entonces, trabajaba como profesora de educación infantil. Durante la visita me comprometí a rezar con los alumnos de mi clase, por la conversión de China. Y así lo hice cada mañana durante todo ese curso.

También me dio un ejemplar en Chino de El invitado inesperado que regalé al año siguiente a los padres de una alumna china.

Yo solo recuerdo lo que a mí me supuso esa visita, aunque estoy segura que también ayudó al resto de la familia.

El ejemplo de una persona alegre a pesar de sus circunstancias me ayudó a ser más agradecida por todo lo que tengo. Y, de una forma natural, y sin darme cuenta me hizo participar de su entusiasmo por la conversión de China.

Estoy muy agradecida de haber tenido la suerte de conocerle y estoy segura que reza desde el cielo por toda nuestra familia.