Tengo un buen amigo de más de 80 años, que vive solo, lleva tiempo perdiendo facultades y ha tenido varios accidentes domésticos que han requerido hospitalización. No conseguía convencerle de que necesitaba la ayuda de un cuidador.

Casualmente di con una persona que cumplía los requisitos para ser un buen cuidador y acompañante de mi amigo. Como sabía que no estaría dispuesto a aceptarlo, decidí encomendárselo a Joaquín, que tanta experiencia tenía de este tipo de problemáticas, y le prometí que si me lo resolvía, escribiría el favor.

Efectivamente, mi amigo aceptó verse con esa persona, cosa que ya era un milagro. Pero la entrevista que tuvieron no fue positiva porque mi amigo volvió a su idea de que no necesitaba ayuda y todo quedó en nada. Me enfadé con Joaquín por haberme fallado.

Ese mismo día por la noche se me cayó en la habitación una pequeña pastilla blanca. El suelo era de terrazo con topos blancos y se hacía difícil encontrarla. Aunque era una menudencia, se lo encomendé a Joaquín. Solo encender la luz del móvil para buscar, casualmente iluminó directamente la pastilla. Entendí que Joaquín me estaba haciendo notar mi falta de fe en la petición y volví a insistirle que me ayudará a resolver el problema de mi amigo.

El caso es que volví a llamar a mi amigo, pidiéndole que se viera de nuevo con el cuidador. Así lo hizo, concretaron las condiciones y ya le está atendiendo con normalidad. Hace dos semanas era algo que parecía imposible.

Gracias Joaquín por cuidar de los enfermos.