Juan Antonio Carbonell había llegado a la cima de su carrera profesional. Ingeniero agrónomo especializado en enología, estudió esta disciplina en el extranjero porque en España aún no existía una formación específica.

Espabilando y escalando, llegó a lo más alto de la empresa de moda Louis Vuitton. “Vivía en una burbuja. Hoteles de lujo, todo lo que quisieras, pero no me llenaba nada”, recuerda.

Su vida parecía perfecta hasta que un accidente de tráfico cambió por completo su existencia y lo dejó con una movilidad muy limitada. “Tengo una lesión medular incompleta que me impide realizar cualquier función normal”, explica. Este hecho lo sumió en una profunda crisis emocional: “Pasé un tiempo culpando a todo el mundo de lo que me había pasado”.

Sin embargo, en medio de la oscuridad, llegó un momento de esperanza. Un día, fortuitamente, se cruzó con un sacerdote en la calle, quien lo llevó a conocer a Joaquín, un hombre que, a pesar de haber padecido una esclerosis devastadora durante casi treinta años, transmitía una fuerza inusual.

“Cuando entré en la habitación de Joaquín, no había un enfermo. Era una persona con una fuerza terrible”, dice Carbonell. Aquel encuentro fue mucho más que una simple visita casual: “Para mí, no fue solo una visita. Algo ocurrió entre los dos”.

Carbonell asegura que aquella conversación con él fue como si “Dios me estuviera guiando”. Su vida dio un giro inesperado y profundo. “Me hizo volver a la fe, a ser una persona cristiana de verdad. Empecé a no preocuparme por nada que no fuera la fe”, afirma con firmeza.

Hoy en día, Carbonell dedica su tiempo y energía a ayudar como puede. “Lo que tengo es la oración y mi dolor, eso es lo que puedo ofrecer”, dice. Lejos de ver su discapacidad como una desgracia, la considera un llamado divino: “Dios me dio este accidente para que volviera a casa. Estoy convencido de ello”.

Con una sonrisa sincera, concluye: “Ahora mismo no cambiaría lo que tengo. Soy feliz. Y tengo a Dios. Antes no tenía a Dios”.