No tuve el honor de conocerle todo lo que me hubiera gustado. Tengo solamente un vago recuerdo de hará unos 15 años (tendría, yo, 16). Fui una tarde, con Quim, que conocía el colegio, a su casa. Quim ya me había puesto un poco al tanto de su situación: por eso fui a verle con muchas dudas existenciales y con muchas ganas de poder aprender de él, ya que nunca había tratado a alguien que se encontrara en una situación parecida.
Mi primera impresión, al verle cara a cara, me conmovió muchísimo. Y fue su gran sonrisa, que además, la mantuvo durante toda la charla que tuvimos. Se mostró todo el rato sonriente, dándome un gran ejemplo de cómo llevar su enfermedad, a la cual se refería como su “invitado imprevisto” (como en su libro indica): ¡qué fuerte!
Sobre el contenido de la charla, me comentó que su director espiritual (después del diagnóstico) le había dicho que ahora tenía una doble vocación: ya no solo era la de agregado del Opus Dei –buscando la santidad, lógicamente–, sino que ahora debía ser santo también por medio del ofrecimiento, del holocausto de su cuerpo. Es decir, tenía la misión específica de redimir al prójimo (la humanidad) a través de la ofrenda diaria de todos sus dolores y malestares posibles fruto de su enfermedad.
Otra cosa que recuerdo es que le pregunté si había pensado en suicidarse viéndose de aquella manera. Y su respuesta me dejó incluso más sorprendido a mí, que la propia pregunta que yo le hice. Me dijo que lo había pensado a menudo. Ya yendo por la calle, o en el mismo metro. Incluso había imaginado cómo: tirándose a la vía cuando pasase el metro.
Pero me dijo que eso sería lo fácil, significaría rendirse. Y de esta manera estaría tirando por la borda a todo el plan que tenía Dios para con él. Sin olvidar que es inmoral el suicidio.
Además, como pude apreciar, él a esas alturas, ya había llegado a amar su enfermedad y a sacarle el mayor provecho que podía…, sabiendo que cualquier día fallecería (podía ser mañana, en meses o en un par de años) y que, por fin, se podría reunir con Dios en la gloria de la eternidad.
Tengo el convencimiento de que es una persona santa.
Eduard Mata Grau
Seminarista
Barcelona, junio 2025