Hay regalos que son más que un objeto. Anillos que simbolizan mucho más que una alianza. Así lo vivió la madre de Joaquín Romero cuando él, al ver que sus manos ya no respondían como antes, le regaló su propia alianza como muestra de todo el cariño que le tenía.
Ella lo llevaba siempre como un pequeño tesoro. Y, para no perderlo en la playa, solía guardarlo con cuidado. Pero un día, sin saber muy bien por qué, lo dejó dentro del estuche de las gafas… y su hermano, al ayudarla a recoger, lo hizo sin darse cuenta de que allí estaba el anillo y se le debió de caer.
Cuando llegaron a casa y ella vio que el anillo no estaba, se quedó en estado de shock. “Para mí era un tesoro”, recuerda. Volvieron a la playa, con un paraguas puntiagudo como herramienta improvisada para remover la arena. Movieron Roma con Santiago. Pero nada. Quedaba solo un palmo por excavar y ya se daban por vencidos… cuando, como por milagro, apareció el anillo, pinchado en la punta del paraguas.
“Fue una explosión de alegría y de agradecimiento. A Joaquín, y a Dios”, dice su madre. Un gesto de amor que perduró en el tiempo… e incluso se dejó encontrar cuando parecía perdido.
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